sábado, marzo 9

28

Abuelo, titi:

                Retomo el hábito de hacerle balance de la vida en la víspera de mi cumpleaños. Va tiempo y frio desde su partida. Hoy recojo frutos, ya saben, pero quedan esos huecos tristes en la tierra, los pequeños desastres de la tala. Las felicidades cotidianas vienen con un núcleo duro de una tristeza añeja y estable.

La vieja y yo aun no logramos llegar a fin de mes, pero se vive. Ella sigue siendo un desastre, pero ama duramente. Yo he vuelto al barrio y me recibieron con fiestas y cariños. Hay demasiada ausencia, demasiados muertos, demasiada inercia y nuevos y desconocidos protagonistas. La casa la habitan los herederos, como tiene que ser. Las paredes, las esquinas y las baldosas las habita la memoria, como tiene que ser.

                He retrasado las lecturas y estoy lleno de bocetos inconclusos de escritos o de intentos. Eso sacaba lo mejor de mí, tal vez ahora lo llevo conmigo, como cinturón de explosivos. El país es un cementerio y el sur siempre guiña un ojo detrás del humo y la bandola. Pero el título y la costumbre fácil, tan regionales, tan anclas.

                Tengo promesas tristes, porque las de la alegría son difíciles de cumplir: nunca usar corbata durante los tragos con los amigos y repasar las miguitas que he dejado, para no perderme. Va por las incumplidas.

                Hay proyectos y se peina uno así medio para el lado, como lo hacen los pendejos. Eso sí, abuelo, guardo cada día tu silencio, en el que te entablo la más amena de nuestras conversaciones de balcón. Ya saben, aunque no estén.

                Quiéranme en la vida que les invento, porque es triste la ausencia.

Con cariño, Eli.

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