lunes, marzo 12

Es desolador que el diario llegue en blanco, hueco de morbo y necedades. No se anima un obituario a llamarme por el nombre o el sol a lanzar un escupitajo digno y tuberculoso. Ni siquiera los poros se dignan a erizarse, aun cuando rechine las uñas en la pared. Este día no existe, solo es una metaexistencia límbica. Cuando trato de mostrar mi corporeidad el espejo revela una baldosa astillada, o sea peor que salgo corriendo a avenidas desiertas o me amarro a un riel a dormir una siesta y despierto sin que un objeto se digne en desunificarme el entumecimiento. En los jardines, ciertas flores evocan el primer día de este letargo. Alguna abeja pica inerme el lado izquierdo de mi cuello, echa su veneno y sale volando.

Hubo tardes naranjas en que me enjuagaba la cara a son de motores, luego llegaban los trenes de acero pulido, y los obituarios, ese nombre reconocido.